La pobreza

La disminución de los salarios reales y la subcontratación han pauperizado la vida. La desaparición de la industria y de la pequeña y mediana empresa ha sido una constante, así como el aumento de la acumulación del capital en las manos de los sectores más favorecidos. El aumento en la acumulación de capital es positivo para una sociedad, el problema es cuando ocurre como en Latinoamérica que esta acumulación se localiza en muy pocas manos.

Según el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, Latinoamérica se ha consolidado como la región más desigual del mundo, pues en promedio mientras el 10% más rico tiene el 48% de los ingresos, el 10% más pobre recibe apenas el 1.6%. En los datos se dice que solamente el 50% de quienes comienzan la primaria la terminan y que el 25% de los jóvenes no tienen posibilidades de acceso a la educación y tampoco al mercado laboral (ONU, Informe sobre el desarrollo humano, 2006).

El desmonte de impuestos progresivos a favor de los indirectos como el IVA ha causado que aumente la inequidad, gracias al aumento de la producción de la riqueza de los sectores más acomodados que se financian con el aumento de los impuestos que debe pagar la ciudadanía pobre. Acabar con las subvenciones a los productos básicos ha debilitado la producción nacional, quebrando las industrias y generando desempleo, mientras paralelamente los salarios van perdiendo su valor real y produciendo una típica consecuencia de lo buscado por el fondo: contraer el consumo.

Precisamente los subsidios a la producción son un tema relevante. Estados Unidos y en términos generales, al norte no les toca desmontar sus subsidios, pues el FMI no les presta por la sencilla razón de que su deuda no ha seguido el mismo proceso histórico como la de Latinoamérica.

Sobre este tema del proteccionismo que mantiene Estados Unidos, la economista estadounidense Anne Krueger hace unos interesantes aportes, cuando menciona que desde la Segunda Guerra Mundial la política comercial norteamericana se volvió un asunto de interés nacional. Sin embargo, esta política fue liderada por grupos especiales de interés que hacían caso omiso del interés público. Esto ha llevado a que la política comercial no respete las reglas de un comercio transparente, sino que por el contrario, se dedique a ocultar lo que realmente ocurre. Estados Unidos anuncia con frecuencia negociaciones con otros países para forzarlos a suprimir las prácticas comerciales desleales (unfair trading practices), pero usualmente incurre en aquellas prácticas que a otros fuerza a desmontar. La política comercial de EEUU tiene miedo a la competencia y es víctima de los intereses especiales, por lo cual mientras aboga por el libre comercio, mantiene todo tipo de prácticas proteccionistas (Krueger, 1995, 33).
Pero mientras el norte sigue protegiendo su producción, al sur le toca entrar a competir en libre mercado al que ingresa en posición de desventaja. De hecho, mientras se fuerza a la supresión de subvenciones en el sur, el norte mantiene unos subsidios a la producción que ascienden a más de US$1000 millones al día, por lo que la industria del sur enfrenta una competencia completamente desigual. Aparecen entonces casos como el de Perú que en 1991, bajo el gobierno de Fujimori, la aplicación de PAE sobre el desmonte de las subvenciones hizo que el precio de la gasolina se multiplicara por 31 y el del pan por 12 y que el salario perdiera 90% del poder adquisitivo en los siguientes 15 años. Similar cosa ocurrió en Venezuela en 1989 cuando la misma medida de choque fondomonetarista provocó una disparada en los precios de los productos de primera necesidad y de la gasolina (Millet, Toussaint, 2005).

El énfasis en aumentar la productividad exportadora ha llevado a la reducción en la diversidad de cultivos, lo que al aumentar la presencia de monocultivos ha atentado fuertemente contra la seguridad alimentaria en la región. Adicionalmente, se ha limitado la actividad productiva exportadora del sur a los productos primarios, pero el valor agregado se les da en el norte y allá mismo es donde se queda la riqueza producida.

Se observa entonces, como la deuda externa de América Latina fue el resultado de un proceso histórico a través del cual el norte direccionó las potencialidades ideológicas e institucionales del sur, lo que ocasionó la consolidación de América Latina en una posición de periferia.

La ideología del mercado y su institucionalidad impuesta en la región, han generado una situación de hegemonía en los términos que Gramci (Cox, 2001) da al concepto, pues el subcontinente ha aceptado las relaciones de poder propias del orden actualmente imperante como legítimas y únicas posibles vías de existencia. Esto implica que la condición de periferia se ha aceptado a tal punto, que el desarrollo en la región se plantea solo en términos de un “desarrollo periférico” y no en cambios en el lugar que la región ocupa en el mundo. Los beneficios del orden actualmente imperante se han concentrado en el norte, mientras el sur ha asumido los elevados costos en pobreza y deterioro de las condiciones de vida.