El populismo
De las diversas corrientes académicas que han procurado definir el concepto de populismo, Pérez Herrero (2007) recopila algunos elementos y menciona que por populistas –para el caso latinoamericano- puede entenderse a aquellos gobiernos o tendencias políticas que no se proclaman portadores de la bandera de una ideología concreta sino que dirigieron sus consignas a excitar sentimientos nacionalistas y cohesión social. Los líderes populistas solían ser bastante carismáticos y entusiasmar a la población con discursos sobre la ruptura de la inercia tradicional causante de las tragedias de los pueblos, lo que les permitiría alcanzar prontamente un mundo feliz. En concordancia con lo dicho por Cardoso, estos gobiernos realizaron una exaltación maniquea de la nación mientras asociaban lo exterior con algo a lo que había que tenerle cuidado y, probablemente el mayor representante de ese exterior peligroso era Estados Unidos. También en el interior de los países solían encontrarse enemigos, usualmente ciertos grupos de la oligarquía o de sectores tradicionales de la política contra los que se erigían voces de protesta y rechazo, mientras eran culpados de los males de los países.
Estas características son compartidas por los populismos que tuvieron lugar en Latinoamérica desde 1930 y que tomaron fuerza en la segunda posguerra llegando hasta finales del siglo XX (cuando un nuevo estilo de populismo llegó al poder). A los gobiernos enmarcados en este período se les conoce como populismo clásico y entre sus representantes se destacan Juan Domingo Perón (1946-1955, 1973-1974) en Argentina; Getulio Vargas (1951-1954) y João Goulart (1961-1964) en Brasil; Luis Echeverría (1970-1976) en México; José María Velasco Ibarra (1952-1956) en Ecuador; Fernando Belaúnde Terry (1963-1968) y Juan Velasco Alvarado (1968-1975) en Perú y más recientemente (1985) Alan García en el mismo país; Alberto Lleras Camargo (1958-1962) en Colombia; Carlos Andrés Pérez (1974-1979) en Venezuela; Joaquín Balaguer (1966-1978) en República Dominicana; Carlos Ibáñez del Campo (1952-1958) y Salvador Allende (1970 – 1973) en Chile.
En común tuvieron estas experiencias el fuerte intervencionismo del Estado en la economía plasmado por ejemplo en el esfuerzo por fortalecer el mercado interno, por industrializar –aunque el éxito en ambos casos no fue relevante en la mayoría de países-, y por mantener sistemas proteccionistas que cerraron bastante las economías. También se estableció una fuerte regulación de los mercados laborales y de capitales. Algunas características de este período fueron la apatía de la población que no se encontraba muy a gusto con los partidos tradicionales (aunque algunos de los líderes populistas pertenecían a ellos) y esperaban a un líder que cambiara las cosas, la debilidad de las instituciones, y una inspiración keynesiana en el manejo de los Estados. Y probablemente lo más representativo de este período fue la utilización del gasto público y las políticas fiscales para conseguir apoyos de diferentes grupos de población.
Ahora bien, en las últimas décadas asistimos a un escenario en el que el populismo y el neopopulismo –definición asociada a la cercanía de los líderes políticos con las reformas neoliberales- han venido en ascenso. Muestra de ello es que en países como Ecuador con Rafael Correa, Bolivia con Evo Morales, Venezuela Hugo Chávez y ahora Nicolás Maduro, Colombia con Álvaro Uribe y más recientemente con Juan Manuel Santos, Argentina con Cristina Fernández de Kirchner y Daniel Ortega en Nicaragua, se hayan y se estén manteniendo gobiernos que acuden a estrategias y políticas de corte populista para mantenerse en el poder, así esto haya conllevado a que en varios casos los países realizaran reformas constitucionales para incrementar los periodos presidenciales y para permitir la reelección inmediata, como fue el caso de Venezuela y Colombia. Además de lo anterior, el profesor Óscar Mejía (2012) anota que, si bien el populismo ha hecho parte estructural de las dinámicas políticas en la región, no se puede asumir que en estos últimos tiempos se esté viviendo el populismo de décadas anteriores. En este sentido, Mejía propone que:
La dinámica política reciente en algunos países de América Latina parece apuntar al resurgimiento de formas de autoritarismo, que podrían ser conceptualizadas como populistas o neopopulistas, y esto no solo por el tipo de políticas implementado sino también por las restricciones impuestas a aquellos sectores de la población que encarnan discursos alternativos a los lineamientos de gobierno. Pero este mal interpretado (neo) populismo, que mejor sería denominar neoliberalismo autoritario, no adopta las modalidades anteriores que, eventualmente, desbordaban la democracia liberal sino que, por el contrario, desde la distinción amigo-enemigo schmittiana, utiliza el estado de derecho a favor de las “eticidades amigas” en contra de los sectores “enemigos” que confrontan su dominación, acudiendo así a una peculiar modalidad de democracia constitucional autoritaria. (Mejía, 2012, p. 35)