Es difícil definir y evaluar la contribución del pensamiento marxista y de otras corrientes contestatarias frente al statu quo internacional, influidas o no por ese pensamiento en el análisis de las relaciones internacionales.
Una primera dificultad radica en la contradicción planteada por la confianza marxista en un proceso ineluctable que conduciría a una sociedad mundial en que el Estado desaparecería y el doble hecho de que, por una parte, el sistema internacional sigue siendo un mundo de Estados y, por la otra, el marxismo ha utilizado intensamente al Estado para defender, profundizar y expandir su ideología. Otra dificultad procede de que el carácter dialéctico del pensamiento marxista la ha llevado a adoptar formulaciones alternativas, hasta el punto que las principales autoridades en la materia han declarado que la mayoría de las interpretaciones recientes del pensamiento marxista en el mundo occidental y en la Europa del Este son claramente revisionistas.
Una dificultad adicional surge del hecho de que, debido a su visión heterodoxa y no estado-céntrica de las relaciones internacionales, el pensamiento marxista por regla general no se ha dirigido sistemáticamente a las cuestiones fundamentales que aborda la teoría convencional de las relaciones internacionales: el papel del Estado, la soberanía, el nacionalismo, la guerra y la paz o el Derecho Internacional.
Por dichas razones, y muy particularmente por esta última, muchos especialistas consideran irrelevante o imposible examinar el aporte doctrinario del pensamiento marxista en el contexto de otros enfoques teóricos más habituales en el estudio de la política internacional. Sin embargo, la innegable importancia práctica que la visión marxista ha tenido en la evolución reciente de las relaciones internacionales, y la existencia de significativos enfoques desarrollados fuera del pensamiento marxista pero también basados en una visión estructuralista y revolucionaria del sistema internacional, hacen necesario considerar a esta corriente junto con las demás.
La visión internacional del marxismo se deriva de su interpretación acerca de la sociedad que, por razones de espacio, no es posible resumir aquí en forma adecuada. La sociedad, según Marx, se divide entre los que poseen la propiedad del capital y las grandes mayorías que viven bajo condiciones de explotación, debiendo transferir a los capitalistas la plusvalía generada por su trabajo, que configuran el proletariado. La dinámica social es impulsada por la lucha de clases a que esta situación obviamente da lugar.
La posibilidad de que el proletariado logre inclinar en su favor dicho balance de fuerzas y logre algunas conquistas, que últimamente llevarán a la derrota de los capitalistas, a la abolición de la propiedad sobre los medios de producción (y del Estado como representante de los primeros y garante del statu quo) y al establecimiento de una sociedad sin clases, depende de una concepción filosófica más honda, la del materialismo histórico. Según éste, la infraestructura económica, las relaciones de producción y la base tecnológica de una sociedad constituyen el soporte que, al definir la posición de las distintas clases sociales en la división del trabajo, determina su superestructura social, religiosa o ideológica.
Por lo tanto, conforme las bases materiales de la sociedad se alteran como consecuencia de fuerzas objetivas, el poder de la burguesía se debilita y aumentan las posibilidades del proletariado. Este proceso dialéctico supone necesariamente una acción revolucionaria, concordante con ciertas tendencias objetivas identificadas a la luz del materialismo histórico, acción que puede ser orientada y precipitada por obra de una élite activista y visionaria, de acuerdo con uno de los principales aportes efectuados por Lenin al pensamiento marxista.
Este movimiento contenía importantes supuestos internacionales que ulteriormente fueron desarrollados por el propio Lenin y por otros pensadores. Uno se refería a que las clases sociales -la burguesía y el proletariado- poseen intereses y desarrollan estrategias universales, no solamente nacionales. Otro a que, como consecuencia del triunfo del proletariado, el Estado, que en la etapa actual es el representante del capitalismo, tenderá a desaparecer dando lugar a una sociedad internacional libre de Estados.
Otro supuesto apuntaba a que en el largo plazo la explotación de las clases trabajadoras produciría un empobrecimiento general que limitaría las oportunidades de inversión en los países ricos, promoviendo el éxodo del capital hacia otras áreas y dando lugar al imperialismo, considerado como la última fase del capitalismo, un proceso que temporalmente contribuiría a la creación de una sociedad global marcada por la lucha entre los sectores capitalistas -nacionales e internacionales- y el movimiento proletario mundial.
Hobson (1902), un economista británico liberal de principios del siglo XX, contribuyó poderosamente a poner los cimientos de la teoría del imperialismo al declarar que el capitalismo estaba condenado a ser una víctima de los intereses de sus representantes, a través de la progresiva explotación y pauperización de los trabajadores, lo que conduciría a la internacionalización del capital a través de la inversión extranjera y el imperialismo y, por lo tanto, a la unificación del mundo.
Una sus tesis es que si “pro costosa que sea, y por llena de peligrosa que este, la expansión imperial es necesaria para que nuestra nación continué existiendo y progresa, si renunciamos y dejaremos la dirección del desarrollo del mundo en manos de otras naciones” (Pilar, 2010)
Por su parte Kautsky, en la misma época, estableció una conexión causal entre el modo capitalista de producción, encarnado y protegido por el Estado burgués, y la creciente propensión a la guerra entre las potencias coloniales, es decir, al conflicto entre esos mismos Estados en su lucha por la expansión económica. (Tomassinio, 2005).
Hilferding subrayó la importancia de la relación entre el capitalismo industrial y el financiero, un nuevo fenómeno consistente en la exportación de capitales desde los centros industriales hacia otras regiones para desarrollar en ellas actividades productivas, que tendía a crear vinculaciones muy estrechas entre las industrias y los bancos, y a generar grandes conglomerados o carteles internacionales, con lo cual el poder del capital tendería a equilibrarse entre los países capitalistas y sus colonias. (Tomassinio, 2005, p. 133)
Ésta estimaba que el capitalismo no puede formar un círculo mundial homogéneo y cerrado, dominado por sus propios intereses y sus propias leyes, pues siempre al lado de los factores económicos que podrían empujar en esa dirección habrá factores políticos que estimularán la explotación de los sectores más débiles y la desigualdad entre los distintos grupos.
Si bien, como se ha dicho, el pensamiento marxista sobre las relaciones internacionales ha permanecido un tanto al margen de las grandes corrientes teóricas predominantes en Occidente sobre la política mundial, no puede negarse que, además de haber inspirado un movimiento político a nivel global, contribuyó a abrir camino a una serie de nociones que han alterado la visión clásica de las relaciones internacionales, como las que se refieren ala atenuación del rol protagónico del Estado y al reconocimiento del papel de otros actores a la importancia de la economía en la política internacional y a la conflictiva dinámica que inspira las relaciones entre los países desarrollados y los subdesarrollados.
La teoría de la dependencia se vincula al pensamiento marxista no solo por sus opositores sino porque pretende que esta idea se inscriba dentro de esta teoría. El desarrollo de la teoría de la dependencia manifiesta en cierta medida que todo se subyuga a los poderes de otros naciones, y a no poder integrar a nivel nacional o interno una teoría propia de un estado nación, que tiene la capacidad de desarrollar todo lo que tiene que ver con aparatos productivos, y mejorar las condiciones económicas ellos mismos. Pero esto sí beneficia enormemente las relaciones internaciones por los diferentes pactos, tratados o concesiones.
A continuación transcribimos algunos párrafos que sintetizan adecuadamente esta perspectiva en una de sus formulaciones iniciales.
"No puede admitirse que el subdesarrollo sea un momento en la evolución de una sociedad económica, política y culturalmente aislada y autónoma. Se postula, por el contrario, que el subdesarrollo es parte del proceso histórico global de desarrollo, que el subdesarrollo y el desarrollo son dos caras de un mismo proceso universal, que ambos procesos son históricamente simultáneos, que están vinculados funcionalmente, es decir, que interactúan y se condicionan mutuamente, y que su expresión geográfica se concreta en dos grandes polarizaciones: por una parte, la polarización del mundo entre los países industriales, avanzados, desarrollados o centrales, y los países subdesarrollados, atrasados, pobres, periféricos y dependientes; por otra, una polarización dentro de los países en espacios, grupos sociales y actividades avanzados y modernos, y en espacios, grupos y actividades atrasados, primitivos, marginados y dependientes”. (Tomassinio, 2005, p. 135)
"El desarrollo y el subdesarrollo pueden comprenderse entonces como estructuras parciales, pero interdependientes, que conforman un sistema único. Una característica principal que diferencia a ambas estructuras es que la desarrollada, en gran medida en virtud de su capacidad endógena de crecimiento, es la dominante, y la subdesarrollada, debido en parte al carácter inductivo de su dinámica, es dependiente; y esto se aplica tanto entre países como entre regiones dentro de un mismo país". Cita tomada de Osvaldo Sunkel (Tomassinio, 2005)