El Equilibrio Multipolar:
El funcionamiento de los sistemas: homogéneos y heterogéneos
El funcionamiento de los sistemas históricos puede ajustarse en mayor o menor medida a estas características generales, lo que dependerá de factores como el grado de apoyo de los miembros a la existencia y conservación del balance, las relaciones de poder prevalecientes, y la destreza política de los gobiernos.
A juicio de teóricos como Raymond Aron y Stanley Hoffmann, el balance tiende a perdurar, y el proceso a funcionar de manera más fluida, en la medida en que la estructura interna de los estados no constituye un tema u objetivo de las políticas exteriores, descartándose en consecuencia las políticas de intervención en los asuntos internos de los participantes.
Esta característica se cumple en los sistemas homogéneos, esto es, aquellos cuyos actores responden a similares principios de organización política de las unidades, por ejemplo, monarquía hereditaria o régimen republicano. Tales sistemas serán generalmente moderados en la formulación de los objetivos de los actores y en los procesos de ajuste de las relaciones de poder. Aunque la guerra no se excluye como método de acción de los gobiernos, los actores de un balance homogéneo entienden que el conflicto debe mantenerse limitado, tanto en los objetivos que se persiguen como en los métodos de conducción militar.
Los gobiernos no se juzgan amenazados personalmente por los de los estados vecinos. Todo estado es para cualquier otro un posible aliado, por lo que el enemigo de hoy es perdonado, ya que ha de ser el aliado de mañana y porque, desde el mismo momento, es indispensable para el equilibrio del sistema. La diplomacia en un sistema como éste es realista y hasta cínica, pero siempre moderada y razonable. Por ello, cuando los destrozos de otro tipo de diplomacia salen trágicamente a la luz del día, esta sabiduría sin ilusión nos parece, retrospectivamente, no sólo un tipo ideal, sino un verdadero ideal.
La llamada diplomacia realista implícita en el sistema de equilibrio multipolar no está en conformidad con las más altas exigencias de los filósofos. El Estado que cambia de bando al día siguiente de la victoria despierta la amargura y él resentimiento de sus aliados, que han hecho, a veces, más sacrificios que él por la victoria común. Una diplomacia pura de equilibrio ignora, y debe ignorar, los sentimientos, y no tiene amigos ni enemigos auténticos, porque no considera peores a estos últimos que a aquellos, y porque no condena la guerra en sí. Admite el egoísmo o, si se quiere, la corrupción moral de los Estados (aspiración al poder y la gloria), pero esta corrupción calculadora nos parece al fin menos imprevisible y menos temible que las pasiones, tal vez idealistas, pero siempre ciegas.
En la medida en que el sistema se vuelve heterogéneo -como ocurre cuando se enfrentan estados que suscriben principios ideológicos opuestos, que tratan de imponerse mutuamente- se pierde la moderación y eventualmente el sistema puede volverse revolucionario. En esta variante del balance, las políticas se dirigirán no sólo a alterar las relaciones de poder, sino también la organización interna de los estados y aun su identidad política.
Bajo estas condiciones tiende a hacerse insostenible el equilibrio multipolar, puesto que en último término las visiones doctrinarias de los actores sólo admiten plena realización en el marco de algún tipo de hegemonía. No obstante, la política internacional en un sistema de estas características no debe considerarse tan sólo una proyección de causas ideológicas. Aunque las políticas exteriores de corte ideológico dan lugar a percepciones del sistema internacional y del rol de cada actor coherentes con las respectivas visiones del mundo, éstas también incluyen en medida importante racionalizaciones o justificaciones -más o menos elaboradas- de orientaciones de largo plazo de las políticas, que suelen mantener una continuidad significativa bajo regímenes de diferentes características, tendencias y visiones.
Por ejemplo, si bien la política exterior soviética no se puede comprender sin estudiar el rol que en ella cumple la ideología marxista-leninista, al mismo tiempo esta política exterior ha utilizado esta ideología como justificación de políticas que exhiben ciertos rasgos de continuidad con la política exterior rusa bajo el imperio zarista.
