Aspectos económicos en la política externa
Las demandas económicas de los países en desarrollo son tanto de carácter específico (por ejemplo, remoción de obstáculos proteccionistas a determinados productos de exportación) como de alcance general (estructuración de un Nuevo Orden Económico Internacional, postura característica de mediados de la década pasada).
La politización de la política exterior económica de estos países se origina en el creciente rechazo de la profunda brecha de desarrollo existente entre el Norte y el Sur, La visión convencional de la diferenciación y la articulación económica entre ambos segmentos se resume en términos de una división internacional del trabajo que confiere al Norte un rol básicamente industrial y al Sur un rol productor de materias primas.
La versión más difundida de este esquema en América Latina es el modelo “centro-periferia”, asociado con la obra de Raúl Prebisch, la CEPAL y, posteriormente, la UNCTAD. Recientemente, sin embargo, muchos dirigentes de países en desarrollo han percibido que este modelo debe reformularse para dar cuenta de una realidad económica internacional compleja y cambiante.
Importantes países del Norte no son solamente potencias industriales, sino también grandes exportadores de productos agrícolas que compiten con las exportaciones del Tercer Mundo, así como exportadores de servicios. Además, se destaca en el Sur un grupo de economías industriales muy dinámicas, que vuelve difusos los límites con el Norte y amenaza introducir en el Sur esquemas que reproducen al interior de éste las desigualdades Norte-Sur.
En efecto, los nuevos países industriales del Tercer Mundo podrían tener más interés en mejorar sus posiciones competitivas y negociadoras con los países del Norte, que en continuar asimilándose a un Sur dentro del cual se diferencian objetivamente de manera cada vez más nítida. Ello no impide, por cierto, que frente al Norte estos países continúen invocando en su beneficio las demandas económicas propias de los países en desarrollo.
Desde otra perspectiva, es necesario destacar el uso de los recursos económicos como bases de poder político en el sistema internacional. Hasta ahora se ha analizado la promoción de fines económicos por medio de instrumentos políticos; aquí se trata, en cambio, de la utilización de instrumentos económicos para fines políticos.
Este es un hecho cotidiano de la política internacional; aunque generalmente se trata del ejercicio de influencia entre los Estados, en algunos casos la utilización de recursos económicos llega a asumir un carácter coercitivo o de sanción económica, que persigue forzar la obtención de un objetivo político. El ejemplo contemporáneo más notable es, desde luego, el uso del “arma del petróleo” por un grupo de exportadores árabes contra Estados Unidos y otros países en 1973. En este caso, los exportadores árabes afectaron seriamente las economías occidentales; pero aunque el embargo petrolero infligió un fuerte castigo económico a Estados Unidos, no rompió la alianza de Washington con Israel.
La imposición de sanciones económicas es, por otra parte, una estrategia problemática si los destinatarios cuentan con medios internos o externos para hacerles frente, disminuyendo o anulando su impacto. Así, la mantención de severas restricciones comerciales de Estados Unidos contra la URSS y otros países socialistas estimulaban a éstos a promover el intercambio con economías que compiten con la de Estados Unidos. Debido a este peligro, Washington procuraba coordinar con sus aliados el control de las exportaciones de productos estratégicos. Esto dio mayor eficacia a las restricciones, pero era también fuente de fricciones con los aliados.
Es manifiesta la significación de las bases económicas del poder nacional en relación con la guerra. Nos limitaremos a una sola observación. La movilización de recursos económicos para el despliegue de fuerza militar es un problema de asignación de recursos que se ha expresado en el clásico dilema de “cañones o mantequilla”, esto es, la decisión política de privilegiar los usos militares, resta recursos a los usos civiles, y viceversa.
La era moderna y contemporánea se caracteriza por el encarecimiento constante de la preparación y el uso de la fuerza militar, lo que ha tenido como consecuencia el debilitamiento y en algunos casos la desaparición de las unidades políticas de menos recursos, que no han podido financiar el despliegue de fuerza militar y han sucumbido ante unidades políticas más grandes y mejor dotadas. De este modo, los niveles de desarrollo económico inciden directamente en la estratificación político-militar del sistema internacional.
Sin embargo, no hay una correspondencia necesaria e invariable entre los dos aspectos. Los diferentes intereses nacionales en los usos civiles o militares de los recursos económicos contribuyen a explicar diversos desniveles en el campo político-militar.
Aunque en sí mismas las relaciones económicas internacionales tienen un carácter fundamentalmente pragmático, esta recapitulación de las conexiones entre economía y política internacional no puede ignorar la diversidad de las ideologías fundantes de los sistemas económicos, que se tradujo en un fuerte antagonismo de los modelos básicos de organización económica.
En el ámbito occidental, es necesario subrayar que en 1945 surgió una gran oportunidad histórica para la reconstitución de un sistema económico internacional de corte liberal. El liberalismo inspiró la reconstrucción de las economías de las potencias derrotadas en el conflicto, y constituyó el esquema básico de reorganización de la economía mundial. En las primeras décadas de la posguerra, Estados Unidos desplegó considerables esfuerzos para liberalizar las economías europeas, latinoamericanas y del Lejano Oriente. No obstante, el sistema bipolar de la Guerra Fría entrabó esta política. La URSS no pensaba renunciar a su propio modelo económico, y no vaciló en imponerlo en los países ubicados en su esfera de influencia europea.
La competencia entre liberalismo y socialismo se proyectó luego a nivel global, comprometiendo a los gobiernos de Estados Unidos y la URSS en campañas políticas para demostrar la superioridad de cada modelo sobre su rival, en términos de criterios como crecimiento económico y distribución del ingreso.
En las décadas de 1970 y 1980, algunos países del Tercer Mundo habían avanzado en la implementación de modelos económicos socialistas. En el contexto de la Guerra Fría, el bloque soviético había sostenido que la instauración de estos modelos genera presiones coercitivas e intervencionistas de los países occidentales, cuyos gobiernos se movilizarían en defensa de los intereses de los actores capitalistas transnacionales.
Junto con refutar tales aseveraciones, basadas en una exageración del poder político de estos actores, la perspectiva occidental en general fue apoyar la introducción de elementos de economía de mercado en algunos sistemas socialistas. Esta alternativa se estimaba promisoria tanto por las perspectivas de intercambio que abriría, como por la eventual declinación de la óptica ideológica de las relaciones internacionales que una transformación de este tipo podría inducir en algunos gobiernos comunistas. La disposición a apartarse de los esquemas socialistas ortodoxos solía asociarse con una posición flexible en el conflicto Este-Oeste y aun con el no alineamiento.
