La desigualdad económica
La información presentada permite apreciar una clara estratificación económica de países, que se refleja en una terminología que se ha hecho usual: la de los “mundos” de la economía. Un grupo de 19 Estados que en conjunto reúnen menos de un sexto de la población mundial conforman el llamado “Primer Mundo” de los países altamente industrializados de economía de mercado.
Los integrantes de este grupo son Estados Unidos, los países de Europa occidental (con excepción de Portugal y Grecia, considerados países de ingresos medianos), Canadá, Japón, Australia y Nueva Zelandia. Los países socialistas europeos conformaban un segundo grupo, compuesto por ocho Estados que exhiben una situación de desarrollo intermedio entre los altamente industrializados y los países del Tercer Mundo. La vasta y heterogénea agrupación de países llamados Tercer Mundo comprende más de un centenar de Estados de los más diversos tamaños, niveles de ingreso y sistemas de organización económica.
En un intento de introducir ciertos criterios mínimos de diferenciación entre los países en desarrollo, el Banco Mundial ha agrupado 36 estados en la categoría de bajos ingresos; algunas veces se utiliza para todos o algunos de éstos la denominación de “Cuarto Mundo”, pretendiendo con ello aludir al problema de pobreza crítica a nivel internacional. Los países de bajos ingresos reúnen más de la mitad de la población mundial; su producto medio ponderado per cápita es de US$ 260, esto es, menos de un dólar diario por habitante.
Una segunda categoría de países en desarrollo -que comprende la mayoría de los Estados latinoamericanos- es la de ingresos medios. Esta categoría comprende 60 Estados, tiene un producto per cápita casi cinco veces superior a la anterior y una tasa de crecimiento que excede a la de los países más pobres, por lo que la brecha con éstos se va ensanchando. También forma parte del Tercer Mundo una categoría sui generis: los países exportadores de petróleo de altos ingresos. Estos países son ricos, sin que por ello pueda decirse que son desarrollados. Más bien han enfrentado una situación de relativa incapacidad de absorción de los recursos provenientes de las ventas petroleras, por lo que entre mediados de la década pasada y comienzos de los años 80 canalizaron grandes volúmenes de divisas hacia los mercados financieros occidentales. Recientemente, la baja de los precios del petróleo ha afectado sensiblemente la posición económica de estos países.
Es necesario advertir que los datos aquí presentados son de carácter sumamente general. Constituyen estadísticas de un alto nivel de agregación, que permiten apreciar sinópticamente las grandes brechas económicas entre grupos de países, pero que por esta misma característica no dan cuenta de ciertas situaciones relevantes. Por ejemplo, en un contexto de pobreza generalizada es especialmente importante la distribución del ingreso en cada economía, que no aparece reflejada en las estadísticas agregadas.
En los países pobres hay, desde luego, pequeñas minorías ricas, cuya situación socio-económica tiende a parecerse más a la del grupo de los países altamente industrializados que a las mayorías pobres de sus propios países. La condición económica de las mayorías en los estados del Tercer Mundo tiende, correlativamente, a ser peor que lo que indican las cifras presentadas.
El Informe Brandt denomina “cinturones de pobreza” a las regiones más desamparadas del mundo. Son especialmente dos áreas: la primera se extiende a través del África Central, abarcando países al sur del Sahara, como Mali, Burkina Faso, Benin, Níger, Chad, la República Centroafricana, Uganda y Burundi. La segunda comienza en Asia sudoccidental, extendiéndose desde los dos Yemen y Afganistán, prolongándose hacia el Este y el Sur, comprendiendo Bangladesh, los pequeños Estados del Himalaya, Laos y Kampuchea. Otros países extremadamente pobres son, por ejemplo, Etiopía -escenario de grandes hombrunas masivas- Haití y Zaire. También prevalecen graves situaciones de extrema pobreza masiva en partes de la India y de Pakistán.
La estadística mide la pobreza sin reflejar su sustancia. El Informe Brandt dice al respecto que:
“Significa preocuparse únicamente por sobrevivir y atender a las necesidades más elementales; para los habitantes de estas regiones el trabajo no existe o, cuando se presenta, la remuneración es muy baja y las condiciones, a duras penas tolerables; sus viviendas se construyen con materiales inadecuados y carecen de agua, corriente y de instalaciones sanitarias. La electricidad es un lujo... La inseguridad permanente es la característica en la vida del pobre, ya que no existen sistemas públicos de seguridad social para el caso de desempleo, de enfermedad o de muerte de la persona que sostiene a la familia... En el Norte, los hombres y las mujeres se enfrentan a problemas económicos como la incertidumbre, la inflación, el temor o la realidad del desempleo; pero raramente confrontan algo parecido a la total indigencia del Sur, cuyas gentes no consideran que las del Norte puedan menos que sentirse favorecidas económicamente... La pobreza es una combinación de desnutrición, analfabetismo, altas tasas de nacimiento y de desempleo y bajos ingresos”.
El hambre
Un problema especial es el del hambre, flagelo que afecta a parte importante de la humanidad -no menos de 800 millones de personas- en circunstancias en que existe superávit de alimentos en los países altamente desarrollados y en partes del Tercer Mundo, muchas veces debido a la mantención de costosos programas de subsidios públicos a los agricultores.
El problema es complejo; las situaciones más críticas (hambrunas masivas) pueden paliarse con transferencias físicas de alimentos, pero en la práctica los flujos de ayuda de esta especie son insuficientes, debido a razones políticas y económicas que operan tanto en el Norte como en los países afectados. “La hambruna africana, si bien es una enorme, tragedia humana, de ninguna manera es una crisis internacional de producción agrícola... ni siquiera debería haber sido un problema financiero” en el contexto de los programas existentes de ayuda alimentaria.
Estos programas en la práctica son una válvula de escape de los grandes productores en el mundo desarrollado para regular los niveles de las reservas que mantienen para apoyar los precios en una situación de creciente competencia de países exportadores por mercados inestables de importación. En estos mercados el rol de los países del Tercer Mundo ha decrecido, sea porque han mejorado las condiciones de abastecimiento local, gracias al uso de nuevas tecnologías (el caso, por ejemplo, de India), o porque no existe suficiente capacidad económica para importar. El hecho es que mientras la disponibilidad diaria de calorías alimenticias per cápita en los países del Primer Mundo generalmente fluctúa entre 3.500 y 4.000 calorías, en Bangladesh, Mali, Uganda, Guinea, Haití, Chad y Kampuchea se encuentra por debajo de las 2.000 calorías. La desnutrición y las demás condiciones de pobreza explican la manifiesta disparidad en las expectativas de vida entre el Primer y el Tercer Mundo. A pesar de la realización de sostenidos esfuerzos en el área de la salud pública, que han permitido obtener progresos importantes, la brecha sigue siendo amplia.
La Educación
La situación educacional es también altamente desigual. Por ejemplo, en los países desarrollados la cobertura poblacional de los sistemas de educación secundaria o media es virtualmente completa; en cambio, en los países africanos más pobres la cobertura suele ser inferior al 10 % (3 % en algunos casos).
En las circunstancias descritas, no sorprende encontrar una profunda brecha entre el Norte y el Sur en el campo científico-tecnológico. Una proporción abrumadora de los recursos dedicados a esta área se concentra en el Norte. “Los países industrializados de Occidente realizan el 98 % de los gastos de investigación y desarrollo; el Tercer Mundo, solamente el 2%. Su participación en las nuevas patentes es, obviamente, en extremo pequeña”. Parece innecesario advertir que en el mundo contemporáneo la ciencia y las aplicaciones tecnológicas constituyen elementos centrales del desarrollo económico y, en último término, de la capacidad de los actores internacionales para fundar y ejercer poder político.
