Trabajo ciudadano

Hasta hoy había que pagar y contabilizar económicamente (por ejemplo, en forma de dinero ciudadano, cuyo montante corresponde al auxilio social) el trabajo realizado con los ancianos, los impedidos, los indigentes, los enfermos del sida, los analfabetos, en definitiva, con los excluidos. El trabajo ciudadano podría conseguir que las ciudades fueran más habitables, que los esfuerzos resultaran más eficaces y que la democracia se fortaleciera. ¿Por qué no hablar de una alianza entre Estado y ciudadanos en pro de la sociedad civil a la que incorporar capital en lugar de hablar de la “alianza para el trabajo”?.

El trabajo ciudadano debería realizarse de tal modo que no representara un aparcamiento de parados; debería ser atractivo para todos al convertirse en un segundo centro de actividad que garantizara la sustancia democrática de la sociedad. No se trata de sustituir el trabajo remunerado, sino de completarlo, y así quizá finalmente el trabajo ciudadano sería uno de los tres pilares, junto con el trabajo remunerado, que sirviera para la estabilidad económica, además del trabajo individual que sirve para la educación de los hijos y/o la autorrealización.

Además, el trabajo civil no tiene por qué circunscribirse al ámbito nacional, pues la sociedad civil transnacional puede apoyar y enriquecer amplias redes y movimientos sociales. Por ejemplo, con un tipo de actividades como las de Greenpeace o Amnistía Internacional, que atraen a los jóvenes.