Estados Unidos y su política exterior económica en la Comunidad Internacional

Es imposible trazar paralelos simples entre la situación de Estados Unidos a principios del siglo XIX y los países menos desarrollados de la economía mundial de hoy.

Después de 1820 Estados Unidos se encontró en una situación especialmente ventajosa. La demanda de algodón era fuerte y el capital a menudo estaba disponible en Gran Bretaña. La brecha tecnológica entre la industria británica y norteamericana era relativamente pequeña; las barreras comerciales eran bajas y en declinación, y Estados Unidos no tenía que luchar con empresas multinacionales altamente organizadas, si bien sí tenía que hacerlo con un pequeño conjunto de banqueros europeos que se comunicaban eficazmente entre sí. Quizás, lo que es más importante, Estados Unidos tenía un sector agrícola en crecimiento y próspero fuera de la economía de plantación del sur.

Estos granjeros no estaban vinculados estrechamente a la economía mundial, pero sí generaban demandas de bienes manufacturados (muchos de los cuales podían producirse en Estados Unidos) y las expectativas de una expansión agrícola ulterior estimulaban esfuerzos por extender la red de ferrocarriles y de canales más hacia el oeste. La expansión hacia el oeste, facilitada por la revolución de los transportes de la era anterior a la guerra, estimulaba el crecimiento.

No debe inferirse de esto que la economía internacional del siglo XIX era, en general, más favorable al crecimiento de los países periféricos que el período que se extiende desde fines de la Segunda Guerra Mundial. Según patrones históricos, la tasa de crecimiento de los PMD desde fines de la Segunda Guerra Mundial ha sido mucho más alta. Para la mayoría de los países de la periferia del sistema económico mundial, había un pequeño crecimiento del ingreso per cápita antes de 1860. Como hemos visto, el producto bruto interno norteamericano per cápita creció, alrededor de un 1,3 por ciento anualmente en este período.

Entre 1960 y 1975, las tasas de crecimiento mediano per cápita para los países menos desarrollados no petroleros era de alrededor del 2 por ciento anual. El éxito del noreste y del oeste en cuanto al crecimiento económico no era un asunto de desarrollo extraordinariamente rápido, sino más bien un asunto de arreglárselas para cultivar tierras vírgenes, asimilar millones de inmigrantes y mantener una sustancial movilidad social, mientras que se mantenían tasas seguras de crecimiento en el ingreso per cápita. Este desempeño era el resultado menos de una política gubernamental que de la frontera abierta. Aparte del sur, Estados Unidos no sólo había "nacido libre", según la frase de Louis Hartz, había "nacido, con suerte".

La experiencia de Estados Unidos sugiere que los aspectos fuertes y las debilidades de las estrategias de desarrollo asociacionista no son únicas en el mundo contemporáneo. Estados Unidos tuvo, en efecto, dos economías: la economía de plantación, orientada hacia la exportación del sur, y la economía relativamente autosuficiente y cada vez más equilibrada del noreste y el oeste. En el sur, las estrategias asociativas llevaron a un crecimiento sin desarrollo y a un reforzamiento de modelos sociales de desigualdad que fracasaron en responder a las necesidades humanas básicas de gran parte de la población. La esclavitud le negaba los derechos más básicos a millones de individuos. En el noreste y el oeste, por contraste, el mantenimiento de la apertura a la economía mundial tuvo efectos beneficiosos: después de 1815 hubo poco peligro de dependencia excesiva del comercio externo; y los fondos europeos ayudaron a pagar las redes de transporte que unieron al oeste y al norte.

La experiencia norteamericana ayuda a reforzar una generalización que a veces se hace acerca del mundo contemporáneo. Los países con economías políticas relativamente bien integradas, que tienen perspectivas para un desarrollo nacional equilibrado, pueden demostrar su sabiduría siguiendo políticas relativamente abiertas hacia la economía mundial, mientras que los países con grandes sectores de plantaciones que producen para exportación, deben ser más cautos, ya que si no perpetuarán modelos de dualismo y de grandes desigualdades sociales. Los países similares al Estados Unidos del siglo XIX, que contienen ambos tipos de regiones, pueden encontrar que una estrecha asociación con la economía mundial tiende a acentuar las divisiones interregionales.

Modelo político y económico

Irónicamente, sin embargo, los modelos políticos y económicos parecen en cierta forma estar enfrentados uno con el otro. Las élites terratenientes dominantes en enclaves exportadores tendrán fuertes intereses en políticas asociativas, dado que se benefician mucho de sus ventajas comparativas en una escala mundial. Sus intereses de clase, especialmente a corto plazo, refuerzan la dependencia a largo plazo y el dualismo. Sin embargo, en economías más equilibradas, que pueden beneficiarse de la apertura, los sentimientos en favor del proteccionismo es probable que sean fomentados por la misma fuerza de los sectores que compiten en la importación. Así, en Estados Unidos, el sur era partidario del comercio libre, mientras que gran parte del noreste y el oeste favorecían la protección.

El temprano desarrollo norteamericano sugiere claramente lo que otros ensayos de este volumen aducen o implican respecto del mundo contemporáneo. Las estrategias de asociación o disociación no pueden ser evaluadas en un vacío, sino en el contexto de circunstancias particulares, históricamente dadas. Los recursos del oeste, y la disponibilidad de capital y mano de obra libre para desarrollarlos, fue lo que hizo tolerable para Estados Unidos la asociación con la economía mundial. Sin estos recursos, el comercio interregional e intrarregional no habría crecido tan rápido y las proporciones de comercio exterior habrían permanecido más elevadas. Una política de apertura hacia Europa podría haber hecho a un Estados Unidos menos bien dotado y mucho más dependiente de lo que de hecho llegó a ser.

La experiencia norteamericana también sugiere que la disociación a veces puede ser elegida como un medio político para establecer el control sobre la propia política -para afirmar la propia autonomía como en el embargo-, más que como una estrategia diseñada para lograr un desarrollo económico. En el mundo contemporáneo, la retórica del desarrollo puede utilizarse para legitimar una estrategia de autonomía, pero esto no debería enceguecer a los analistas respecto de las verdaderas motivaciones de la política.

Política económica exterior

Una revisión de la política económica exterior norteamericana también hace más fácil entender por qué ciertos gobiernos del Tercer Mundo -China es el ejemplo más obvio- han vuelto a políticas más asociativas después de un período de disociación. Estados Unidos mismo se ha comportado de esta forma, cortando lazos con Europa entre 1808 y 1815, y luego reabrió su economía al comercio exterior y al capital. La disociación puede ser poco atractiva como política a largo plazo para países con grandes recursos internos y el potencial para el desarrollo económico con niveles relativamente modestos de dependencia, pero sin embargo puede ser una política adecuada a corto plazo, como una forma de establecer la propia autonomía y así crear las condiciones bajo las cuales una política auto dirigida de asociación puede emprenderse con éxito.

El crecimiento tuvo lugar en los Estados Unidos anterior a la guerra como resultado de una conjunción de condiciones internas y externas favorables. Estados Unidos prosperó sin desarrollar una estrategia de crecimiento económico coherente, fuera de disociación o de asociación manejada.

Sin embargo, sus éxitos económicos se vieron acompañados por el fracaso político de la secesión y la guerra civil. A pesar de este resultado contradictorio, y las dificultades de generalizar a partir de la experiencia norteamericana (o a partir de los mitos acerca de ésta) sobre países menos desarrollados contemporáneos, los norteamericanos prototípicamente consideran su propia historia como una demostración de las virtudes del laissez-faire y la apertura económica.

A este respecto, la ideología norteamericana refuerza los intereses del Estados Unidos del siglo XX en mantener una economía mundial liberal. En consecuencia, es difícil convencer a los encargados de trazar políticas norteamericanas de las virtudes de las estrategias dirigidas por el Estado de "depender de sí mismo" en el Tercer Mundo. Para un país que nació libre y con suerte, las acciones protectoras de países menos libres y poco afortunados, no tienen una resonancia comprensiva.