EL HOMBRE Y LA ECONOMÍA

"Sin economía no puede haber convivencia y sin hombres no hay economia"

La "economía" ha existido en todos los tiempos y en todos los pueblos. Nunca y en ningún lugar ha vivido el hombre sobre la Tierra en un paraíso que le haya evitado la preocupación de procurarse alimento, vivienda y vestido.

Igualmente, todos los pueblos, tribus y razas siempre han poseído cierta "técnica", han conocido utensilios y dispositivos que les ayudaban a sostener la lucha por la vida.

Los exploradores de todas las partes del mundo nos han hecho saber que sólo existe un minúsculo pueblo sobre la Tierra, los andamanes de malaya, con una población de varios centenares de habitantes, que no sabe lo que es el fuego.

El empleo del fuego, la elaboración y la utilización de herramientas, los cuidados para procurarse alimentos de toda clase pertenece por antonomasia a la actividad humana. Los hombres siempre han tenido que trabajar en algún sentido, han debido buscar su alimento, conquistarlo o producirlo; en una palabra, han tenido que "dedicarse a la economía". Esto será también válido para todos los tiempos futuros, porque la economía pertenece a la naturaleza del hombre y a su comunidad como el pensamiento al entendimiento.

La vida económica se nos presenta a todos como una misión del destino que nos ha sido confiada y que debemos cumplir para nosotros y nuestros familiares. La forma de reconocer esta misión, de hacerla nuestra y de cumplirla, depende principalmente de nosotros mismos.

Quien tenga una perspectiva de la riqueza del mundo histórico y de la diversidad de los pueblos de las distintas naciones sabe que no existe ni puede existir nunca una forma de economía que tenga validez general. La "economía" se ha traducido de forma especial en las distintas épocas y en los diversos pueblos. Un árabe no piensa, trabaja ni obra como un siberiano, un centroeuropeo, o un americano en una sociedad cosmopolita. En otras palabras: el espíritu, en que se lleva a cabo la economía, difiere de pueblo a pueblo y de siglo a siglo. Hasta ahora la economía no ha conseguido hacer de la variada forma de vivir y de las actividades de todos los pueblos y tiempos un cuadro homogéneo y sistemático. En realidad, sólo conocemos esbozos de la vida económica referentes en su mayoría a Europa o América.

De momento, sólo nos es posible presentar unos ejemplos que prueban que los hombres conciben y ejecutan su actividad económica de manera muy variada. Tenemos que intentar distanciarnos de nosotros mismos para comprender a otros pueblos o para penetrar en el pensamiento de otras épocas. Entonces es posible ver las cuestiones palpitantes de la vida cotidiana bajo otro aspecto para evaluarlas mejor.

Los siguientes breves ejemplos, a manera de referencia, nos muestran la gran diversidad con que los hombres conciben y evalúan términos tales como por ejemplo "trabajo", "profesión", "técnica", "propiedad" y "beneficio". Se parecen a focos de luz que iluminan las virtudes y los vicios de la vida económica, revelando que la vida económica de un pueblo depende en parte de los usos y costumbres.

El trabajo en el Tibet

En el Bután, un estado del Himalaya oriental, un europeo se hizo confeccionar por un artesano un arca ricamente tallada y pintada. El joven tibetano era modesto: por unas pocas rupias estaba dispuesto a entregar el arca. Al cabo de algunas semanas ésta quedó terminada, y gustó mucho al europeo. Poco tiempo después quiso obtener para unos amigos suyos otras dos arcas iguales. El tibetano las proporcionó, pero pidió el doble por cada una de ellas. El europeo le preguntó: "¿Por qué me pides de pronto tanto dinero? En realidad, me tendrías que pedir menos, porque has adquirido práctica, y el trabajo te debería ser más fácil." A lo que contestó el hijo del Himalaya: "¡Señor, tened en cuenta que tallar y pintar la primera arca me ha causado placer; en cambio, en las otras dos ya no ha sido así, por lo que debéis pagarme doble precio!"

Falta de espíritu lucrativo en el África del Norte

En las montañas del Atlas del África septentrional viven desde tiempo inmemorial agricultores con residencia fija que pertenecen a las tribus bereberes. Sus pequeños pueblos, en su mayoría establecidos en la cumbre de colinas, consisten en chozas de barro o piedras, rodeadas de huertos o campos. Estos se cultivan con aperos antiquísimos, y la cosecha de grano es muy pequeña.

Los europeos se esforzaron en dar a conocer a los indígenas los arados modernos. Los bereberes contemplaron con curiosidad los aperos europeos, y escucharon también con atención cuando se les dijo que con los arados se podría extraer con facilidad del suelo una producción doble y triple. Pero cuando se les quiso hacer trabajar con los nuevos arados, se negaron. Lo habían pensado. "¿Por qué -dijeron- debemos cosechar tanto si no nos hace falta?" Y, así, volvieron a emplear sus viejos aperos primitivos.

La técnica en la China antigua

Sobre el trono del último emperador de la China, P'u-i, que tuvo que abdicar en 1911, colgaba todavía una tabla en la que estaba escrita en letras doradas la expresión Wu-Wei. Esta inscripción viene a decir que hay que esperar los acontecimientos, dejar que el destino siga su curso sin forzar las relaciones del hombre con la naturaleza o el cosmos. El hombre debe actuar sin agitación y sin prisa. "Con sencillez y facilidad se abarcan las leyes de todo el universo", se puede leer en el libro milenario de destinos y oráculos de los chinos, el I-Ging. Lo que produce la naturaleza, lo que se origina de forma natural, viene como por sí solo y es sagrado. Todo se encuentra en relación cósmica, y es natural que también la Tierra tenga su posición adecuada dentro del universo. La superficie de la Tierra es también intocable. La forma de las montañas y de las tierras y la dirección de las corrientes de agua están relacionadas con los planetas. Las obras de los hombres deben armonizar con la naturaleza. De esta armonía salen fuerzas de acuerdo con las cuales debe procederse a la construcción de un templo, de una casa o a la edificación de un poblado. Para no molestar a estas fuerzas, el primer ferrocarril construido por los europeos entre Shanghai y Wusung, alrededor de 1860, tuvo que ser comprado y destruido por el gobierno a instancias del pueblo chino. La creencia popular había ganado. Según una frase de Lao-tse, toda la miseria humana se debe a que el hombre no vive en armonía consigo mismo y con la naturaleza. La vieja China daba gran importancia al equilibrio interior y exterior. De él dependían también la técnica y la economía.

El Arte del regalo de las pieles rojas

Las pieles rojas educan conscientemente a sus niños desde muy jóvenes en la liberalidad. Se enseña al niño a regalar precisamente aquello que más quiere. Desde la niñez es ya un "repartidor de limosnas" de la familia, y debe llegar a aprender la dicha de regalar. Si un niño se mostraba codicioso o quería demasiado a sus pequeñas propiedades se le explicaban viejas historias en las que el mezquino y el avaro quedaban castigados con el desprecio y el deshonor.

Los regalos en público forman parte de todas las fiestas importantes. Se hacen regalos en los nacimientos, las bodas y las defunciones, y también cuando se quiere honrar de forma especial a una persona o un acontecimiento. El indio, en su manera de ser llana y simple, da todo lo que tiene a sus parientes, a los huéspedes de otra tribu o de otra estirpe; pero, en primer lugar, obsequia a los pobres y a los viejos, de los que no puede esperar que le correspondan. La ofrenda al Gran Espíritu, el sacrificio religioso, a pesar de tener poco valor de por sí, debe considerarse en el sentido que lleva implícita la recompensa del donante y tiene el significado de un verdadero sacrificio. Así nos los comunica un piel roja mismo (Ohiyesa, Ch. A. Eastman).

Existió y sigue existiendo en muchos pueblos primitivos la costumbre, muy extendida, del "concurso de regalos". En una reunión pública, los hombres se regalan recíprocamente pipas o fusiles y otros objetos valiosos, y nadie piensa en que él mismo necesita estos objetos para su uso perentorio. En este juego, que a nosotros nos parece raro, gana el que ha conseguido hacer los mayores regalos a otro.

Los saqueos y el honor de los wikingos

Alrededor del año 800 después de J. C., los wikingos dominaban el mar del Norte y el mar Báltico, tenían sus propios conceptos del honor y obraban de acuerdo con ellos. Nadie discutirá que sus salidas no estuvieran destinadas al pillaje. Pero la propiedad sólo tenía importancia para ellos si su adquisición iba unida a peligros. La propiedad sola no bastaba para que un hombre fuese importante; debía unírsele la honra. Los wikingos sólo juzgaban interesante luchar con un adversario igualmente fuerte. Cuando una embarcación con una tripulación de unos diez hombres se encontraba en alta mar con otra extraña o enemiga formada quizá sólo por cinco, los wikingos la dejaban pasar libremente, porque habría sido deshonroso luchar contra un enemigo notoriamente más débil.

Afán desmedido de lucro

Hace unos cincuenta años hubo en los Estados Unidos un hábil corredor de Bolsa que a los treinta y cinco años se lanzó al negocio de los ferrocarriles y llegó a ser el rey de los trenes de su país. "El secreto de su éxito -así se escribió- fue debido a su falta completa de escrúpulos morales. Se liberó de todas las consideraciones y advertencias de tipo moral, y empezó hundiendo económicamente al hombre que le había abierto las puertas del «Paraíso de los ferrocarriles»." Luego inició una guerra sin piedad contra un potente banquero privado.

Las compañías ferroviarias que fundó rindieron elevadas ganancias, pero su distribución solamente fue posible a temporadas, porque antes había concertado importantes créditos (según W. Sombart). La crítica de tales métodos comerciales condujo en 1906 a una investigación del Congreso, que, sin embargo, llegó demasiado tarde; la riqueza ya había sido amontonada y había llegado a ser muy potente. El negocio se anticipa a todo lo humano; el negocio gobierna al pensamiento día y noche. En las famosas Cartas de un Rey del Dólar, cuyo autor había llegado a rico mediante la venta de carne, se pudo leer: "Un importante carnicero americano solamente come, piensa y sueña cerdo."

La confianza

Podemos citar el nombre de la personalidad de la que trata la siguiente historia. Nos referimos al que fue más adelante famoso millonario J. D. Rockefeller (1839-1937). Necesitaba capital para la compañía de petróleos que había fundado. ¿Quién se lo podría prestar a él, que era un hombre desconocido? No disponía de garantías ni de relaciones. Sin embargo, tenía necesidad de un crédito a toda costa. De ello dependía el porvenir de su negocio. Muy preocupado, se dirigió a un banco, como lo habían hecho muchos antes que él, en su tiempo y después. El mismo nos cuenta lo que le sucedió:

"Fui a visitar, pues, quieras o no, al director de un banco, a quien yo conocía y que también me conocía a mí. Aún recuerdo exactamente las sensaciones desagradables que me invadieron y cómo me estaba preguntando constantemente si obtendría el crédito, y de qué manera podría conseguir que el banquero me fuese favorable en su decisión. Este director de banco se llamaba T. P. Handy. Se trataba de un hombre simpático, distinguido, ya algo mayor, que era generalmente apreciado debido a su carácter abierto y noble. Siempre tenía algo para la juventud, y a mí me conocía ya personalmente cuando yo sólo era un alumno del colegio de Cleveland. Le expuse todos los pormenores de la situación de nuestro negocio, le expliqué abiertamente cómo nos encontrábamos, y le dije para qué necesitábamos el dinero. Casi temblando de emoción esperé su veredicto.
"«¿Cuánto necesita usted?» preguntó después de un rato. «Dos mil dólares. -Bien, Rockefeller, puede usted obtener este dinero -me contestó-. Firme usted un recibo por este importe. Con su firma tengo suficiente.» La sensación de optimismo que experimenté al dejar el banco es difícil de expresar. Llevaba la cabeza muy erguida, porque estaba pensando que un banco me había encontrado digno ni más ni menos que de un crédito de dos mil dólares. Me di cuenta de que había llegado a ser un hombre importante en el mundo de los negocios."

Rockefeller no defraudó al banco que se atrevió a concederle un crédito sin garantías (un crédito personal). El agradecido rey del petróleo recompensó al banco bajo la forma de las mejores acciones y con un interés centuplicado.

Las formas económicas del pasado y del presente

Si queremos orientarnos en el pasado y en el presente de la economía debemos formular una nueva pregunta, bien concreta, que también puede contestarse con exactitud: la cuestión de la "forma económica". La pregunta dice así: ¿qué clase de medios de sustento se han procurado los hombres en los diferentes tiempos y lugares, y cómo han procedido técnicamente para ello?

En el curso de muchos siglos se han desarrollado diferentes clases de formas económicas, cuyos tipos principales conoceremos seguidamente mediante un cuadro sinóptico, y también por medio de ejemplos prácticos. Existen algunos pueblos, como los chacún de la península de Malaca, que recogen raíces, bulbos, semillas y frutos de gran cantidad de plantas útiles que la naturaleza proporciona en abundancia y mucha variedad, y que pueden ser cosechadas o recogidas en todas las épocas del año. Primero maduran los plátanos, y a continuación los frutos del durian o las semillas del peral. Se trata de un pueblo feliz, que no conoce ninguna clase de preocupaciones por el sustento. Basta que durante sus continuos desplazamientos recojan lo que la naturaleza les ofrece. Las viviendas, que dejan después de una corta permanencia en ellas, son construidas ligeramente, y no necesitan muchos muebles, porque en la selva virgen sólo se manufactura lo que es imprescindible para la recolección o la caza: cuchillos, jabalinas y cerbatanas (según F. Krause).

Esto es, en términos generales, la "economía de los recolectores simples"

En un grado superior de desarrollo se encuentran los "recolectores de tipo superior y cazadores", que generalmente sólo prefieren una clase única de alimento, como, por ejemplo, los frutos de una planta determinada o cierta especie de caza. Así, las tribus de pieles rojas como los sioux, que residían entre el Mississipí y las Montañas Rocosas, en calidad de nómadas, y vivían de la cacería de búfalos. Cada tribu poseía un terreno de caza con límites más o menos precisos. Las cacerías daban lugar a muchas capturas, porque los búfalos solían vivir en rebaños, y cada animal proporciona varios quintales de carne, que se consumía fresca o ahumada. De la piel del búfalo se confeccionaban prendas de vestir, de los huesos se hacían mazas, mientras que los cuernos servían para fabricar cucharas, los tendones para hilo de coser, la cola como espantamoscas, y el estiércol como combustible. No tiene nada de extraño que el búfalo fuese muy venerado por los pieles rojas de la pradera y considerado como un animal sagrado. Durante la caza se empleaba toda clase imaginable de magia para atraer a los animales (sortilegios de caza).

Los pieles rojas de California, como los pomos, pueden limitar su ocupación económica a una sola planta, a la cosecha de bellotas, que se encuentran en cantidades muy abundantes en los bosques. Pueden confiar plenamente en la liberalidad de la naturaleza. Una docena de gigantescas encinas dan a menudo tantos frutos que una tribu puede almacenar provisiones para varios años. De la harina de bellotas se cuece una pasta alimenticia y sabrosa, y también se hace de ella pan. En la época fría comen carne seca, y parte de las bellotas almacenadas.

Al contrario de los recolectores simples y cazadores, los pieles rojas californianos viven en un lugar fijo, es decir, son sedentarios. Sus pueblos se encuentran naturalmente en las cercanías de los grandes bosques de encinas a lo que deben su existencia. Sus sacerdotes brujos (chamanes) les inducen a bailes por medio de los cuales suplican a la divinidad una buena cosecha (según F. Krause).

Al contrario de estas economías de los recolectores, o de la economía de recolección en sus diferentes grados, existe la economía productiva, que es la practicada por la mayoría de los pueblos y de las tribus. Los dones de la naturaleza ya no son suficientes para cubrir las necesidades de alimentos y vestidos. Los hombres tienen que procurarse por medio de actividades propias alimentos adicionales. Deben cultivar plantas y criar animales.

La forma más antigua de agricultura es la de la "azada", todavía seguida por la mayoría de los pueblos primitivos de América del Sur y de Asia. Los chingu, en las selvas vírgenes del centro del Brasil, trabajan la tierra solamente por medio de azadas. La planta principal que se cultiva es la mandioca, un arbusto euforbiáceo, cuyos bulbos contienen mucha fécula. También cultivan maíz, plátanos, cacahuetes y judías.

Con el fin de ganar sitio para el cultivo de mandioca (arbusto), se rotura la tierra húmeda de la selva virgen. Durante la época seca se talan los árboles con hachas de piedra, y la ceniza de las ramas quemadas sirven como abono. En la tierra algo aflojada por medio de palos, se introducen en pequeños brotes que crecen rápidamente para formar luego los arbustos de mandioca. Por otra parte, la superficie de cultivo debe ser escardada y trabajada debidamente con la azada. A los tres años, la mandioca trae frutos (bulbos). Todos estos cultivos solamente se mantienen durante seis años porque al cabo de este tiempo se agotan las sustancias nutritivas del suelo y hay que cultivar un nuevo trozo del bosque.

Los pueblos que se dedican al cultivo con la azada deben, por tanto, esforzarse más que los recolectores y los cazadores para obtener los alimentos necesarios para su subsistencia. Sin diligencia y perseverancia y si no dispusiesen de la ayuda de algunos utensilios "técnicos", no llegarían a conseguir cosechas suficientes.

Sin embargo, si todos colaboran, no se carece de lo necesario. Entonces hasta es posible que muchas personas encuentren su sustento en un terreno relativamente pequeño, especialmente cuando se han acumulado provisiones para tiempo de escasez, almacenándolas debidamente.

Es obvio que bajo esta forma económica los pueblos deben ser sedentarios y permanecer así. El cultivo de las plantas no es posible si no se está asentado en un lugar determinado.

La cantidad de trabajo que debe ejecutarse para el cultivo de las plantas se incrementa considerablemente en la forma económica de la horticultura. Se trata de una forma más adelantada que el cultivo con la azada. Una mano de obra abundante abona y riega superficies pequeñísimas de cultivo. Como ejemplo nos sirven el Extremo Oriente y el cultivo de terrazas de los viejos pueblos mejicanos y peruanos.

En el sur de China, en el Japón y en la India occidental, el arroz, del cual en el mundo existen muchos millares de clases, es la planta principal de cultivo en huertos. Pertenece, así como el trigo, a los frutos sagrados del campo. Los antiguos emperadores chinos se cuidaban personalmente del cultivo de sus huertos y poseían en sus palacios pequeños campos que cultivaban para dar ejemplo a su pueblo.

El cultivo del arroz exige un proceso de trabajo bastante largo. Primero se abona el terreno de los huertos, quemando rastrojos y plantas. A continuación se cava el suelo con la ayuda de palas y azadas y se aplana con el rastrillo. Luego se colocan los plantones que han crecido antes en bancales de simientes.

El suelo dedicado al cultivo del arroz debe permanecer constantemente bajo agua. Por tanto, desde hace por lo menos 4 000 años, se derivan canales desde los ríos, bifurcándolos en acequias de riego, que conducen el agua a los campos y a los huertos (F. Krause).

El cultivo del arroz es el más intenso de todos en cuanto al trabajo. Cada grano necesita ser cuidado. Las instalaciones de riego deben conservarse continuamente en buen estado, ya que sólo con descuidarlas durante un par de años, quedan destruidas. Debido a esto, los pueblos que se alimentan de arroz temen las guerras más que los otros pueblos y han intentado recluirse (Muralla China).

El desarrollo económico europeo condujo finalmente a la gran industria. Está basada en la agricultura, la artesanía y los oficios en sus múltiples formas.

Ello muestra las vastas repercusiones en la comunidad, de formas económicas que tienden o se ven obligadas a seguir los pueblos.

La tercera forma del cultivo del suelo es la tierra de labranza, signo de cultura superior. Nos enfrentamos con una forma económica que ya estaba aclimatada en Europa en la Edad de Piedra (unos 5 000 años a. de J. C.). Su instrumento principal es el arado como utensilio para trabajar la tierra, el cual la afloja, despedaza y gira al mismo tiempo. En su forma más simple se le ha conocido como arado de madera alrededor del año 4 000 a. de J.C. en Europa, en la época en que la agricultura pasó del cultivo con la azada al cultivo del arado. Uno de los arados más viejos del mundo hechos de madera, fue encontrado en unas excavaciones que se hicieron cerca del Walle en la Frisia Oriental (se encuentra en el Museo Regional de Hannover). Bajo la forma económica del cultivo de los campos, se cultivan principalmente trigo, cebada, avena y mijo. Luego se añadieron frutos cultivados con la azada, como por ejemplo, las patatas (que se extendieron a partir del siglo XVIII de manera considerable), nabos, plantas forrajeras, y legumbres. Los utensilios que se emplearon para el campo fueron el arado, el rastrillo y el rodillo. El animal principal de tiro fue el buey.

A la forma económica del cultivo de los prados salvajes de los germanos (siglo I después de J.C.), los cuales no conocían ningún cambio reglamentado en el cultivo del campo, siguió en el centro de Europa, durante la época de la transmigración de los pueblos (alrededor del año 600 después de J.C.) el cambio regular de terreno para cultivo y terreno para pastos (economía regulada de prados y campos).

En el siglo VIII llegó a Alemania otra forma mejorada para el cultivo seguida de diferentes clases de frutos del campo, que prevenía contra el agotamiento del suelo y también evitaba la extensión de los insectos dañinos. Se trata de la forma de la rotación trienal. El campo se cultivaba, al principio, a base de una rotación de tres años con cereales de invierno y cereales de verano y después se dejaba como barbecho durante otro año (simple alternativa de frutos), mientras que más tarde, en el siglo XVIII y en el XIX -o sea después de unos 1 000 años- vino, en lugar del barbecho, el cultivo de las patatas y de la alfalfa (sistema de rotación trienal perfeccionado).

Sin embargo, también esta clase de cultivo se efectuaba en sus principios sólo con pocos utensilios o máquinas y sin abonos artificiales. Si se querían obtener cosechas mayores, simplemente se cogía un terreno o una superficie mayor que se sometía al arado (cultivo extensivo).

Solamente cuando en el curso del siglo XIX y del XX la técnica y la ciencia alcanzaron mayor desarrollo, fueron creadas las bases para una utilización más intensa del suelo con una gran inversión del capital (maquinaria y abonos artificiales) (cultivo intensivo).

Así el camino de las formas económicas nos conduce desde el cultivo por medio de la azada y los utensilios más simples a la explotación intensiva con las más moderna máquinas de cultivo.

Con las mismas superficies se multiplicaron las cosechas; fue posible alimentar a las grandes masas de la población que iban tomando un rápido incremento.

La otra rama de la producción agrícola, la ganadería, que se aplica en primer lugar a la cría de ganados, como los de carneros, bueyes, camellos, caballos y asnos, condujo, especialmente en Arabia y en África del Norte (los beduinos) o en las tundras de Asia, abundantes en musgo (mongoles), al nomadismo pastoril. Los pastores nómadas con sus cambios periódicos del lugar de estacionamiento ambulaban con su ganado, que estaba pastando por el país, y se reunían para combatir peligros comunes. Estas migraciones tenían que adaptarse a las costumbres de los animales. Como vivienda les servían tiendas de campaña (yurtas). El cuidado del ganado iba a cargo de los hombres.

Los pastores nómadas tenían un carácter guerrero y señorial. Concebían el terreno en términos de grandes extensiones y pasaron del sistema de la gran familia o de patriarcado al tribal, y formaron luego los estados que se encuentran en Arabia y en Asia.

En el seno de las formas económicas fundadas sobre la producción agrícola ya se encontraba el germen de un desarrollo social y económico de gran importancia, puesto que formaron ante todo las viejas culturas de América, Asia y África.

En cambio, la formación y el destino de Europa dependían principalmente de aquellas formas económicas que, basadas en la agricultura, condujeron, a través de los oficios y de la industria, a la gran industria, y finalmente quedan determinadas por el desarrollo técnico. Por medio de utensilios, máquinas y aparatos se producen a un ritmo acelerado artículos en masa en tal cantidad y selección como hasta ahora no había podido hacerlo ninguna época de la historia económica.

El signo distintivo de los últimos o más elevados grados de desarrollo es que las formas económicas anteriores no desaparecen simplemente, sino que continúan en diferente forma y en restos subsistentes. También nuestra economía actual lleva componentes de formas económicas más antiguas o diferentes: nos dedicamos a recoger setas, cazamos, se emplea aún el cultivo con la azada, por ejemplo en las viñas y en el cultivo del lúpulo.