Los movimientos populistas norteamericanos de fines del siglo XIX comenzaron como una revuelta frente a la industrialización que favorecía a los grandes monopolios, tratándose así de una crítica a la concentración y organización del poder tanto en el Estado Federal, en particular en el sistema capitalista en general. Estos movimientos articularon los intereses de los terratenientes y pequeños agricultores del sur y del oeste de los Estados Unidos, exigiendo la recuperación del supuesto antiguo ideal americano de la ‘democracia agraria’, tal y como había sido concebido por Jefferson. El punto cumbre de estos movimientos populistas fue la formación del People’s Party en el año1891, el cual estableció como bandera de lucha la elección directa de los senadores, el voto femenino, un sistema tributario progresivo así como también la posibilidad de realizar referendos e iniciativas popular de ley. Dicho partido representaba el estallido de las pequeñas comunidades agrarias que no necesariamente tenían una solidaridad de clase (Worsley 1969:277), pero que sí mantenían una demanda de autogobierno frente a un poder central con crecientes atribuciones y estructurado cada vez más burocráticamente (Hofstadter 1969: 15-21). (Frei y Rovira, 2008, pp. 121).