La movilización de capitales y el impacto macroeconómico

El manejo de la crisis asiática ha sido fuente de reflexión, que ha conducido a los países desarrollados, a reformular el tema de gerencia de riesgo, como elemento fundamental en el manejo de portafolios y se han multiplicado las posibilidades de reducir la volatilidad a través del desarrollo de instrumentos derivados.

En opinión del premio Nobel de economía Merton Miller, es precisamente “el compartir el riesgo de una manera efectiva lo que ha hecho una gran parte de la revolución de futuros y opciones, motivo por el cual la expresión gestión de riesgo, se ha venido aplicando cada vez más a toda la variedad de instrumentos e instituciones que han seguido a la introducción de los futuros en divisas en el Mercado Monetario Internacional” (Miller, 1999, p.22).
Sin embargo, un manejo poco ortodoxo de los mismos, la velocidad a la cual se expanden y la sofisticación que los rodea, incrementa la exposición al riesgo por parte de quienes negocian con estos instrumentos, los derivados siempre tienen dos lados, uno largo y uno corto. Y en cualquier momento las posiciones se anulan, de este modo, las pérdidas y plusvalías simplemente representan lo que los economistas llaman transferencia puras de riquezas entre las partes, no cambios en la riqueza global. Entendidos adecuadamente, los graves problemas causados por los derivados no dejan de ser simples transferencias de riquezas. (Miller, 1999, p.35).

Se comparte el planteamiento de Miller sobre el efecto de los derivados en la riqueza global, sin embargo si se considera que vivimos en un mundo altamente globalizado y que las partes involucradas en un contrato de derivados pueden estar ubicadas en diferentes países, y más aún, si consideramos diferencias en el manejo y profundidad conceptual de los riesgos involucrados, sin desestimar los efectos asimétricos que una mayor movilidad internacional del capital tiene sobre los países, estas simples transferencias de riqueza, como lo plantea Miller, adquieren efectos incalculables sobre la forma como se distribuye el beneficio de la globalización.

Estos aspectos constituyen un verdadero reto intelectual para las autoridades monetarias y financieras en cuanto al diseño de políticas que hagan manejable la incertidumbre de las políticas monetaria, cambiaria y fiscal. Cabría entonces preguntarse, si en las últimas décadas del siglo pasado, se le hubiera podido hacer frente a una serie de desequilibrios macroeconómicos y sus consecuencias en términos de abruptas caídas en los precios de los activos, enorme volatilidad en los mercados cambiarios, crisis de deuda y costosas crisis bancarias, si no se hubieran producido las transformaciones estructurales de las finanzas internacionales que han conducido a los agentes económicos a aprender cómo gerenciar los nuevos riesgos generados en un ambiente económico que tiende a alejarse cada vez más de la economía real. (Guerra y Pineda, 2002)
En economías sujetas a shocks externos de importante magnitud, como todos aquellos países con economías mono exportadoras, el producto tiende a estar correlacionado con la tasa de cambio si tiene implícito un régimen de cambio flexible, de esta manera los activos domésticos tienden a reforzar los ciclos en la riqueza generados por los shocks externos. En consecuencia los agentes domésticos demandan tasas de interés más elevadas como condición para mantener activos domésticos en sus portafolios, resultando elevadas tasas de interés reales y reducción del sistema financiero domésticos (Hausmann, 1999).[1]

Para economías con tipo de cambio flexible, altamente desreguladas, con desequilibrios fiscales, monetarios y cambiarios, la explosión financiera y la especulación desatada no son más que una fuente de perturbación y de riesgo. Las variables fundamentales para el normal desenvolvimiento de la actividad económica como el tipo de cambio o el financiamiento en el mercado de capitales, pueden quedar a merced de las fuerzas incontroladas de la especulación.

En la historia económica de los diferentes países, existen experiencias que sugieren que la política cambiaria ha sido utilizada como instrumento de control y estabilización de la inflación o para la promoción de la diversificación del sector externo, sin que tal decisión haya obedecido, a la identificación de perturbaciones monetarias o reales. La experiencia en estos países indica que se ha instrumentado una diversidad de esquemas cambiarios y que además el tránsito de uno a otro ha ocurrido en medio de crisis de balanza de pagos. Por tanto, la elección del régimen cambiario ha estado influida más por los objetivos de la política económica en determinadas coyunturas que por criterios que atiendan a la especificidad de los choques que enfrenta la economía o por una visión estructurada acerca de lo que debería ser la economía.[2]

La globalización como crecimiento basado en las exportaciones contribuyó a sacar a algunos países de la pobreza. Efectivamente la globalización puede ser posible, dando acceso a los mercados internacionales, así como a la tecnología que posibilite aumentos en la productividad. Hay que reconocer que algunos países exitosos prácticamente gestionaron la globalización y fue su capacidad para sacar provecho de la misma la explicación de su éxito.

La globalización en efecto puede ser programada y el Estado puede intervenir con cautela la economía extendiéndose a todas las actividades, su intervención no deberá orientarse a superar al mercado sino a complementarlo. Se debe atribuir al mercado la importancia que requiere, sin embargo el Estado debe crear y gobernar en virtud de que la empresa privada no siempre hace lo que tiene que hacer y por lo tanto el Estado debe intervenir.