La década de los 80 marca el inicio de la crisis de la deuda externa, los países en desarrollo fueron cediendo a las exigencias del FMI generando graves crisis financieras, desempleo y pobreza. Dichas crisis fueron originadas, básicamente por la pérdida de confianza en la economía de los países, entre otras razones por la incapacidad para hacer frente a los compromisos de su deuda externa, a la persistencia de grandes desequilibrios macroeconómicos, a expectativas muy borrosas sobre la rentabilidad de sus activos, a la debilidad de su sistema financiero o, en algunos casos, la concurrencia de todos estos factores.
El factor desencadenante de estas crisis se refleja en huida masiva de capital, facilitada por la alta movilidad de los capitales y por la concentración del ahorro mundial en instituciones de inversión colectiva. Los efectos financieros, potenciados por las transacciones especulativas fueron responsables de las devaluaciones de las monedas y en el desplome de las bolsas de valores, poniendo el sistema financiero en situación crítica. Estos efectos financieros, por lo general, van seguidos de efectos reales, puesto que la caída de los precios de los activos financieros contrae el gasto y la inversión nacional e internacional, lo cual se refleja en el empobrecimiento de los inversionistas y la pérdida de expectativas por un lado, mientras que el comercio internacional de bienes y servicios se reciente y esta secuencia adquiere dimensiones globales en razón de la interconexión de los mercados financieros.