La persona se asume como humano cuando se reconoce en la comunidad que lo recibe, y en ella comparte y crea identidad, lenguaje, usos y costumbres, cultura. El hombre es el único ser que posee la palabra y el sentido de lo bueno y lo malo y es capaz de participar en comunidad. Desde su dimensión social, el ser humano puede vivir “entre” y “con” otros, de tal manera que puede transformarse y transformar el entorno socio cultural en el que está inmerso.
Las implicaciones éticas de la dimensión social, le permite a las personas el desarrollo de su personalidad histórica, es decir, se ubica en un entorno social para conocer el presente de su comunidad con una actitud crítica para transformarlo y proyectarse, desde un conjunto de valores cívicos como elementos claves para participar y deliberar de los interrogantes de una organización política.
Es capaz de emitir juicios racionales y compartirlos en una comunidad de diálogo, de esta forma comprende el sentido de lo público, la solidaridad, la justicia, y el reconocimiento de la diferencia.
Su compromiso ético se hace manifiesto en las relaciones con los demás, donde se discuten los asuntos comunes. Se hace concreta la idea de justicia, como el elemento que posibilita y garantiza las libertades individuales, la cooperación y la solidaridad indispensables para la igualdad social. Aquí reside, el compromiso ético y el sentido de responsabilidad de los profesionales como participes y actores dentro de los cambios estructurales de las sociedades.
Como la vida es un presente, avanza de manera continua y no puede esperar, el hombre debe poseer a la mano la solución que las grandes disciplinas culturales ofrecen a sus problemas y así elaborar una cultura y una ética basada en slogans, estereotipos y lugares comunes.