La persona es un ser moral. Su dimensión individual lo hace distinto de los demás, capaces de vivir sentimientos y acciones diferentes a cualquier otro ser humano. Para filósofos como Sciacca, la persona es lo más perfecto dentro de la naturaleza. Por su capacidad de razón y reflexión se muestra como una interioridad, capaz de comprenderse a sí mismo, a los demás y a su entorno natural.
Su obrar procede de las decisiones de su voluntad, ya que posee una inteligencia capaz de elegir. En la capacidad de elección se vivencian los valores que le permiten la realización de su vida. El hombre es el único ser capaz de percibir valores éticos, apreciarlos interiormente, vivirlos y realizarlos.
Por la dimensión individual la persona logra su plena realización humana. La persona es el principio supremo de las acciones humanas. El hombre descubre en sí y por sí mismo que su finalidad consiste en constituirse persona. Por ello, y para lograr la perfección humana, se deben abandonar actitudes de anonimato, pasividad, e donde se actúe según lo que establezcan las masas.
Si bien es cierto que Baruch Spinoza afirmó que "el hombre es un animal social", los filósofos existencialistas han puesto el énfasis en los problemas que vive el hombre contemporáneo en una sociedad de masas y estandarizada, en la cual se siente como enjaulado, alienado y deshumanizado.
En esa situación, aunque rodeado de gente por todas partes, el individuo se siente solo ante su propia existencia, que le obliga a encarar sus dudas, miedos y ansiedades, y busca la compañía de los demás como un medio para superar su soledad.
En efecto, McLuhan dice: "no sé quién descubrió el agua por primera vez, pero estoy seguro que no fueron los peces". Todos llevamos una cultura y una historia a cuestas, como un agua que nos rodea y en la que vivimos, con todas sus implicaciones para nuestro proceso cognitivo, impregnada de valores, creencias, intereses y sentimientos.