La persona


La persona.

Es imprescindible abordar el tema de la persona, ya que se constituye en uno de los conceptos o categorías esenciales de la ética desde la que se abordan los temas objeto de estudio de esta ciencia.

Para tratar su sentido y relevancia es importante considerar de antemano dos vocablos: uno griego, prosopon y otro latino, personare.

Desde este significado etimológico, se puede afirmar que la persona es como un personaje, que desempeña un papel fundamental en el drama de la existencia. O sea, la persona constitutivamente hablando es un ser singular, único e irrepetible que posee un rostro propio y se constituye como alguien en particular.

Si bien es cierto que a lo largo de la filosofía se ha abordado el tema de la persona desde múltiples visiones, es fundamental aproximarnos a la propuesta del filósofo francés Emmanuel Mounier (1905-1950) que como fundador de un movimiento filosófico, llamando “personalismo”, es quien ubica la reflexión ética de la persona por encima de cualquier otra visión sociológica, política o económica, entre otros:. “Una persona es un ser espiritual constituido como tal por una forma de subsistencia y de independencia en su ser; mantiene esa subsistencia e independencia mediante su adhesión a una jerarquía de valores libremente adoptados, asimilados y vividos en un compromiso responsable y en una constante conversión; unifica así toda su actividad en la libertad y desarrolla por añadidura, a impulsos de actos creadores, la singularidad de su vocación” [1].

Lo primero que pone de relieve este filósofo, es que la persona es un ser espiritual, es decir, posee una dimensión interior que le permite entenderse a sí mismo como diferente de todo lo demás y lo vincula al mismo tiempo con lo sagrado. Como lo expresa el filósofo e historiador Mircea Eliade, la interioridad le permite a la persona construir su autonomía en la toma de decisiones; por ella, es capaz de encarnar ciertos principios y pautas de conducta, de acción y pensamiento, los cuales le dan sentido y finalidad a su existencia. La asunción de valores le pone necesariamente frente a un compromiso responsable por la construcción de su vida y no se está determinado por un destino inmodificable. La vida se va descubriendo y realizando a través de elecciones y de actos creadores, puesto que cada quien está “llamado” a encontrar la singularidad de su ser, al encontrarlo se realiza a sí mismo en una relación intrínseca de comunión con los otros.

El compromiso con los demás es el elemento que permite realizar el proceso de humanización, se es persona por el encuentro de un yo con un tú para dar origen a un nosotros, como afirma Pedro Laín Entralgo, esta es la dimensión social del hombre. Pero esta dimensión sólo es posible por un acto de libertad, de querer salir al encuentro con el otro, en actitud de ayuda, de socorrencia en términos de Zubiri. Somos los animales más desprotegidos que pisamos la tierra, no hemos heredado códigos genéticos que nos permitan subsistir como especie biológica, necesitamos de los demás. Estas son las condiciones fundamentales para formar la comunión con los demás, la cual es posible sólo si nos ponemos en tránsito hacia el encuentro con el otro.

Para Mounier, la despersonalización es la decadencia comunitaria, manifiesta en los conglomerados sociales donde impera el anonimato, la uniformidad, la apatía, el desinterés vital. Las masas no son, entonces, comunidades. Por ello, cuando se habla de crisis de la ética no es debido a que en un grupo de seres humanos impere la inmoralidad, relativa a los usos y costumbres, sino más bien a que se instale la amoralidad, la indiferencia por uno mismo y por el otro, que es lo que propugna el ideal de felicidad propuesto por el estoicismo. Insensibilidad humana es, pues, sinónimo de despersonalización.

La persona es “una actividad vivida de autocreación, de comunicación y de adhesión, que se aprehende y se conoce en su acto como movimiento de personalización”[2]. La persona es un absoluto respecto de cualquier otra realidad material o social y de cualquier otra persona humana. Jamás puede ser considerada sólo como parte de un todo: familia, clase, Estado, nación, humanidad. Ninguna otra persona, y con mayor razón ninguna otra colectividad, ningún organismo puede utilizarla legítimamente como medio. Es comunicación por lo que decíamos en la relación social, pero es al mismo tiempo proyecto inacabado, en cuanto que es construcción permanente de sí en lo que se denomina personalización.

La personalización es el compromiso radical que debe vivir la persona para superar su ley gravitacional opuesta, que ha sido recogida en diversos contextos y formatos por los filósofos: la diversión (Pascal), el estadío estético (Kierkegaard), la vida inauténtica (Heidegger), la mala fe (Sartre), la alienación (Marx). Es el hombre confundido en el tumulto de la alteridad sin rostro, de la vida inmediata sin proyecto y sin memoria, que lo lleva a la plena exterioridad deshumanizante, desplegada, pero no conquistada.

“La vida personal comienza con la capacidad de romper el contacto con el medio, de recobrarse, de recuperarse, con miras a recogerse en un centro, a unificarse”[3]. Este recogerse implica la conquista activa de sí mismo que no se confía de la ingenua espontaneidad, pero tampoco se fía de encontrarse allí con un algo personal definible o inventariable.

Es decir, una cosa más entre las muchas que vende la sociedad de consumo. El misterio de la libertad expone el combate al descubierto sin falsas seguridades ni cómodas conciliaciones. El utilizarla ubica al ser en una actitud problematizadora, ¿Qué se quiere hacer en la vida? Contraria a la actitud de “comamos y bebamos que mañana moriremos”. Esto es lo que constituye a la persona como un ser paradógico y complejo, capaz de lo mejor y de lo peor como lo expresa Pascal.

El ser humano es entonces una paradoja, se centra, se conquista, desplegando en lo otro y en los otros, pero también perdiéndose para encontrarse porque la condición del despliegue de la persona es el desposeerse de manera permanente para destruir el egocentrismo y construir la alteridad del encuentro personal y comunitario. “Recogiéndose para encontrarse, luego exponiéndose para enriquecerse y volverse a encontrar, recogiéndose de nuevo en la desposesión, la vida personal, sístole, diástole, es la búsqueda proseguida hasta la muerte, de una unidad presentida, deseada y jamás realizada. Soy un ser singular, tengo un nombre propio”[4].


[1] MOUNIER, E.: Manifiesto al servicio del personalismo en El personalismo. Antología esencial. Ed. Sígueme. Salamanca 2002. p.409.

[1] Ibid., p. 677.

[1] MOUNIER, E.: El personalismo. p.709.

[1] Ibid., p. 714.